martes, 9 de junio de 2009

El deseo en infinitivo

Movimiento enérgico de la voluntad.

Desear, es anhelar con vehemencia que acontezca o deje de acontecer un suceso, una acción;


Desear es esperar con impaciencia caricias, besos, encuentros...

Desear es aspirar a la posesión y disfrute de otra piel;

Desear es arriesgar, es poner los sentimientos a merced del deseo;

Desear es dejar al desnudo las debilidades;


Desear es saberse vulnerable hacía otro cuerpo;

Desear es ponerse vendas, es conocer la irracionalidad;

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Desear es sentir...

De las muchas acepciones que podríamos plasmar en esta columna, sin duda, ninguna de ellas vendría en el gran libro de las palabras, pero si en el sentir de quienes han experimentado más de una vez eso que hemos dado en llamar deseo, desear.

Invadiendo todo el pensamiento, llega el deseo a la persona. Se mueve de un lado hacia otro, intentando buscar esa calma que no da el desear. De su mano trae el deseo al ímpetu, la desazón, el tormento, las emociones, la fantasía, la excitación...

El deseo necesita de la presencia de lo deseado. No se conforma con contemplarlo, mirarlo y dejar a la imaginación el logro.

El deseo se alimenta de sutiles esperanzas; de instantes fugaces; de palabras encontradas...
Desear nos hace olvidar, y también revivir. Nos mantiene despiertos, dormidos. El deseo somete y zarandea al antojo de la pasión.

El deseo busca acariciar con los labios, con los ojos, con la piel, con los sentidos, con los más primarios, con los más sensitivos...

Cuando se desea, se espera impaciente la caricia ausente; los labios distantes, la mirada dedicada...; cuando se desea, se vive intensamente cada momento de ausencias.

Deseamos lo que no tenemos, lo que no nos pertenece; deseamos lo que nos está prohibido; deseamos lo que vemos lejos, lo que tenemos cerca...

Desear nos hace sentirnos vivos.

Desear, no cuesta nada, solo despertar...


Fdo.: Raquel Díaz Illescas.

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