martes, 11 de mayo de 2010

La seducción de las palabras

Las palabras son seductoras, es verdad que no todas, aunque todas pueden llegar a serlo en una buena pluma, en unos labios seductores

A veces
Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,l
es levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,l
es hago lo de siemprey, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él disimulaba.

Ángel González

Comparto con el poeta asturiano el placer de las palabras. Me gusta jugar con ellas, pensarlas, sentirlas, acariciarlas, esperarlas, acogerlas, disfrutarlas, aprenderlas, compartirlas, seducirlas y dejarme seducir por ellas…


Hay mayor seducción que las palabras?, las que leemos sobre papel manchado, las que intercambiamos en correos electrónicos, las pensadas, las sentidas, las silenciadas, las soñadas, las deseadas, las imaginadas, las lloradas, las celebradas, las habladas al oído, o a la cara. Las palabras son seductoras, como lo son los labios que las alimentan.

La palabra sugerente tiene intencionalidad: seducir. Acercar al lector/a, a su oponente, a su interlocutor/a; las palabras buscan ser queridas, que nos quieran, que nos echen de menos, que nos demanden, que no nos olviden.

Las palabras son la materia prima que utilizamos para construir nuestras relaciones de amistad, de poder, de odio, de amor, de seducción. También con las palabras y a través de ellas, aprendemos a edificar nuestro mundo emocional. El oído nos acompaña como órgano de la escritura, porque también escribir es escucharse a uno mismo, aunque no siempre consigamos convencernos, seducirnos.

Hablando de la seducción de las palabras, Alex Grijelmo, hace una diferenciación entre la persuasión y la seducción: “la persuasión y la disuasión se basan en frases y en razonamientos, apelan al intelecto y a la deducción personal”, mientras que “la seducción parte de un intelecto, sí, pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino a sus emociones”.

Y es que las palabras se van contaminando en cada historia, en cada encuentro. Necesitamos y deseamos ser seducidos por las palabras, la escrita o la hablada, aunque nos contaminen.

Es verdad que las palabras, aun siendo las mismas, no resultan seductoras en todos los oídos que las escuchan, ni en todos los ojos que las miran. A veces las palabras es mejor que sigan siendo palabras, sin imágenes, solo textos o sonidos que dejen a la fantasía y a la imaginación hacer el resto; a veces, y solo a veces, cuando las palabras tienen imágenes, dejan de ser palabras que seducen.

Fdo.: Raquel Díaz Illescas.

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