miércoles, 23 de junio de 2010

El sentimiento de culpa

La culpa produce dolor. Resta energías. Atrae al cansancio, provoca inseguridades, complejos, intimida, reduce. Obstaculiza la comunicación, aísla; provoca rencores; causa úlceras, no permite disfrutar de nuestro cuerpo, del de otros/as. Produce miedo al rechazo, al abandono.
De los muchos estados emocionales que pueden perturbar la mente de una persona, el sentimiento de culpa se pone en primera fila. De él podríamos decir que es desestabilizador, erosivo, origina angustia, desasosiego, inseguridad, daña al sueño, la concentración, reduce habilidades, es inductor de pensamientos negativos, tanto diurnos como nocturnos, dificulta el descanso necesario para funcionar en todas las áreas de la vida cotidiana, afectando al deseo sexual, a su práctica, a lo que ésta produce, a los gustos y preferencias, a los pensamientos, vamos que nada recomendable.

Es en los lodos del pasado y no en la cotidianidad del presente donde se mueven la culpa, los remordimientos por haber hecho o haber dejado de hacer esto o lo otro, por las ofensas causadas, por los pensamientos o actos “impuros”, por sentirse sucio/a, no digno/a. Y es que de culpa impregnan las religiones a sus feligreses: es pecado masturbarse, darse placer; es pecado disfrutar con tu sexo. Debes ser puro/a y casto/a, la sexualidad es para “engendrar”; hay que cumplir con el débito conyugal; no desearás a la mujer de tu prójimo (en el caso contrario hace décadas, ni se planteaba), etc., etc. La cultura judeo cristiana nos ha dejado un gran legado de sentimientos erosivos con una estructura perfectamente organizada, que dificulta a quien la padece el poder librarse de ella.

El sentimiento de culpa aparece en las personas en más situaciones de las que sería deseable, ocasionando como ya hemos indicado, gran malestar, dañando en muchas ocasiones la autoestima. Esto es así, porque los sentimientos de culpa son muy fuertes, pues nos vinculan con el miedo al rechazo, favoreciendo la inseguridad.

El origen de la culpa podemos encontrarlo en entornos autoritarios y críticos, en los cuales la persona recibe reprobación por sus acciones, así como constantes comentarios negativos hacia su comportamiento. .

Muchos de los sentimientos de culpa han sido gestados en la infancia de manera inconsciente, tendiendo éstos a mantenerse durante la etapa adulta, influyendo en las relaciones tanto personales como profesionales.

A pesar de ser el sentimiento de culpa un sentimiento altamente negativo, como muchas otras cosas, la culpa también posee una parte positiva, pues nos hace responsables de nuestros propios actos, para poder asumir las consecuencias de los mismos, y reparar el daño que hayamos podido causar.

Su aspecto negativo viene dado porque en vez de ayudarnos a ser conscientes del daño e intentar subsanarlo, nos paraliza, y no nos permite actuar de manera objetiva y consecuente.

Para muchas personas resulta muy complicado y a veces imposible no dejarse llevar por tales sentimientos, y de alguna manera tiene su lógica, pues normalmente la culpa responde a un mecanismo de defensa del cerebro, que nos ayuda a enfrentar una situación sobre la que, normalmente, tenemos poco control.

En lo que sí podemos trabajar, es en que ésta nos afecte lo menos posible, no permitiéndole invadir nuestro día a día, y menos aún en aquellos casos que consigue filtrarse sin tan siquiera haber sido responsable de ninguna acción negativa, que suele ser en la mayor parte de las ocasiones.

Un primer paso para superar los sentimientos de culpa, es destapar la tristeza que subyace tras ella. Esa tristeza es preciso sentirla, superarla y liberarla.

La culpa hay que racionalizarla, para poder llegar a saber y entender por qué nos causamos tanto daño. Este proceso, no siempre se puede hacer solo/a.

Si dejamos que la culpa se instale en nosotros/as como huésped a tiempo completo, no seremos capaces de disfrutar de aquello que estamos viviendo, ni amar a quien nos ama, y sobre todo no seremos capaces de querer a quien no podemos permitir que nos abandone: a nosotros/as mismos/as.

Fdo.: Raquel Díaz Illescas

sábado, 19 de junio de 2010

Itaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas.

C. P. Cavafis. Antología poética. Alianza Editorial, Madrid 1999.
Edición y traducción, Pedro Bádenas de la Peña