La culpa produce dolor. Resta energías. Atrae al cansancio, provoca inseguridades, complejos, intimida, reduce. Obstaculiza la comunicación, aísla; provoca rencores; causa úlceras, no permite disfrutar de nuestro cuerpo, del de otros/as. Produce miedo al rechazo, al abandono.
De los muchos estados emocionales que pueden perturbar la mente de una persona, el sentimiento de culpa se pone en primera fila. De él podríamos decir que es desestabilizador, erosivo, origina angustia, desasosiego, inseguridad, daña al sueño, la concentración, reduce habilidades, es inductor de pensamientos negativos, tanto diurnos como nocturnos, dificulta el descanso necesario para funcionar en todas las áreas de la vida cotidiana, afectando al deseo sexual, a su práctica, a lo que ésta produce, a los gustos y preferencias, a los pensamientos, vamos que nada recomendable.
Es en los lodos del pasado y no en la cotidianidad del presente donde se mueven la culpa, los remordimientos por haber hecho o haber dejado de hacer esto o lo otro, por las ofensas causadas, por los pensamientos o actos “impuros”, por sentirse sucio/a, no digno/a. Y es que de culpa impregnan las religiones a sus feligreses: es pecado masturbarse, darse placer; es pecado disfrutar con tu sexo. Debes ser puro/a y casto/a, la sexualidad es para “engendrar”; hay que cumplir con el débito conyugal; no desearás a la mujer de tu prójimo (en el caso contrario hace décadas, ni se planteaba), etc., etc. La cultura judeo cristiana nos ha dejado un gran legado de sentimientos erosivos con una estructura perfectamente organizada, que dificulta a quien la padece el poder librarse de ella.
El sentimiento de culpa aparece en las personas en más situaciones de las que sería deseable, ocasionando como ya hemos indicado, gran malestar, dañando en muchas ocasiones la autoestima. Esto es así, porque los sentimientos de culpa son muy fuertes, pues nos vinculan con el miedo al rechazo, favoreciendo la inseguridad.
El origen de la culpa podemos encontrarlo en entornos autoritarios y críticos, en los cuales la persona recibe reprobación por sus acciones, así como constantes comentarios negativos hacia su comportamiento. .
Muchos de los sentimientos de culpa han sido gestados en la infancia de manera inconsciente, tendiendo éstos a mantenerse durante la etapa adulta, influyendo en las relaciones tanto personales como profesionales.
A pesar de ser el sentimiento de culpa un sentimiento altamente negativo, como muchas otras cosas, la culpa también posee una parte positiva, pues nos hace responsables de nuestros propios actos, para poder asumir las consecuencias de los mismos, y reparar el daño que hayamos podido causar.
Su aspecto negativo viene dado porque en vez de ayudarnos a ser conscientes del daño e intentar subsanarlo, nos paraliza, y no nos permite actuar de manera objetiva y consecuente.
Para muchas personas resulta muy complicado y a veces imposible no dejarse llevar por tales sentimientos, y de alguna manera tiene su lógica, pues normalmente la culpa responde a un mecanismo de defensa del cerebro, que nos ayuda a enfrentar una situación sobre la que, normalmente, tenemos poco control.
En lo que sí podemos trabajar, es en que ésta nos afecte lo menos posible, no permitiéndole invadir nuestro día a día, y menos aún en aquellos casos que consigue filtrarse sin tan siquiera haber sido responsable de ninguna acción negativa, que suele ser en la mayor parte de las ocasiones.
Un primer paso para superar los sentimientos de culpa, es destapar la tristeza que subyace tras ella. Esa tristeza es preciso sentirla, superarla y liberarla.
La culpa hay que racionalizarla, para poder llegar a saber y entender por qué nos causamos tanto daño. Este proceso, no siempre se puede hacer solo/a.
Si dejamos que la culpa se instale en nosotros/as como huésped a tiempo completo, no seremos capaces de disfrutar de aquello que estamos viviendo, ni amar a quien nos ama, y sobre todo no seremos capaces de querer a quien no podemos permitir que nos abandone: a nosotros/as mismos/as.
Fdo.: Raquel Díaz Illescas