Necesitamos motivos para estar juntos y para dejar de estarlo...
A través del cine, la literatura
y la cultura popular, nos han metido a cucharadas el amor como un estado de
pasión permanente, intenso y con fecha
de caducidad. Un estado en la vida que
hay que vivirlo siendo conscientes de que con el paso del tiempo se irá
apagando, y entonces si esto es así ¿qué
nos queda?
Más que hablar de la temporalidad
de los estados del enamoramiento o que este
pueda ser eterno, lo realmente interesante seria entender que es posible alimentar la pasión interpersonal de una u
otra forma y que, como dice Félix López, “
...lo decisivo es la decisión de estar juntos y la satisfacción de estar
juntos, con un grado u otro de pasión sexual. Es un error creer que basta con
la pasión del enamoramiento o que hay que seguir sintiendo de por vida la
conmoción mental, física y afectiva de la pasión, para que la pareja tenga
sentido”.
Pero lo cierto es que cuando
amamos, deseamos la pasión por la presencia, la compañía, las caricias, el
afecto y el sexo del otro, siendo este deseo más intenso en las primeras etapas
del enamoramiento, o eso que se dice “del irse conociendo”. Y en este proceso de
conocimiento y acoplamiento con el otro es cuando empiezan a germinar las
inseguridades, las preguntas sin respuesta, el miedo al abandono y la pérdida;
y es entonces también cuando empezamos a
medir el grado e intensidad con que nos sentimos amados, deseados y queridos
por el otro, y en qué medida nosotros amamos, queremos y deseamos su presencia
en nuestros días.
La clave quizá no esté tanto en
poner en valor nuestro grado de pasión, sino como sigue diciendo Félix López,
“...lo que tiene sentido es tener motivos
para estar juntos, estar satisfechos de estar juntos y gozar de estar juntos.
Porque, en el fondo, lo que verdaderamente necesitamos es estar seguros de que
el otro nos ama -eso nos hace valiosos, dignos de ser amados- y seguros de amar
al otro -es decir, sentirnos a la vez capaces de amar- en definitiva, sabernos
amantes amados o amados amantes”.
En los comienzos de la
vinculación amorosa, las personas necesitamos saber dónde estamos situadas con
el otro, lo necesitamos para poder establecer pactos y códigos de intimidad que
nos permitan poner en orden nuestras emociones. Pero en muchas ocasiones alguno
de los miembros , o ambos no son capaces de darle nombre a lo que sienten ni
siquiera a la vinculación que se está creando entre ellos.
¿Amigos con derecho a roce,
“Folla-amigos”, “una aventura”, personas que se están conociendo con fines
comunes, pareja...?
En “esta relación” ¿hay
exclusividad?
Es el miedo al compromiso lo que
lleva a algunas personas a no abandonarse a las caricias descontroladas, a los
besos de media tarde o a la complicidad de las miradas furtivas. Y es entonces
cuando el verbo se silencia y se esconde para más tarde hacerse reproche en
busca de un “te quiero”.
La vivencia de intensidad,
desprendimiento y pasión que regalan las primeras etapas del enamoramiento no
siempre son vividas, expresadas y ni siquiera sentidas de la misma forma y
manera en sus miembros, provocando en muchas ocasiones desajustes emocionales
en el proceso de vinculación, que hace de esta maravillosa experiencia un
“fracaso no siempre controlado”.
Y a caso, ¿es la intensidad del
deseo por el otro, la pasión o los susurros amorosos los que nos hacen saber lo
que necesitamos estar cerca del otro?
Y si le dedicáramos un tiempo a
pensar ¿qué motivos tengo para seguir a tu lado?
Seguiremos....
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