Sin
prospecto adjunto que explique la forma de usarlo, de consumirlo, conservarlo;
de sus ventajas e inconvenientes; y sobre todo, de sus contraindicaciones y posibles efectos
secundarios debido al uso, el amor se presenta a corazón descubierto en el ser
humano.
El
amor acaba siendo para algunas personas, una huida hacia adelante como si de una amenaza para su estabilidad
emocional se tratase.
El
amor se hace presente en nuestras vidas sin preguntar el cómo ni el cuándo, ni
tan siquiera el con quién… No entiende de conveniencias, ni de límites, ni de
normas. Se instala invadiendo cada una de las parcelas de nuestra vida, y en
ocasiones dañando la estabilidad de los años vividos.
Lo ingrato del
amor es
que se queda poco tiempo con nosotros, nos abandona sin decir cuándo volverá o
si lo hará algún día. Los calendarios estacionales se quedan sin valor.
El amor se
va extinguiendo de no consumirlo, de no usarlo, alimentarlo, de dejarlo morir… Y
es que hay quienes eligen la “eutanasia
de amor” cuando el deseo y el amor que sienten no pueden vivirse en
libertad. Desconozco si será cobardía, o sentido común lo que ponga en
funcionamiento esa muerte lenta, que no suave, que se prolonga en un tiempo no
definido en ausencia de estímulos que refuercen el amor.
Los intentos muchas veces fallidos de
dejarlo morir, no siempre consiguen dar
los resultados esperados. A veces el amor se vuelve más intenso, extendiéndose
en el tiempo sin conseguir ser nunca gozado.
Y
pasado el tiempo, probablemente con nostalgia, recordaremos aquel amor que por
un tiempo nos hizo vivir nuestros sueños. En ese intento de dejar morir el amor,
algo de nosotros también deja de vivir. A pesar de esto, el amor deja a su paso
señales que nos permiten recordar que un
día vivió en nosotros.
El
amor es para vivirlo y gozarlo intensamente, sin dejar que nada se nos escape.
Dejarlo morir es abandonarnos, dejarnos de querer.
Fdo.: Raquel Díaz
Illescas.
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