Controlamos
los minutos, los segundos y las horas que debemos estar o no estar aquí o allá, para
hacer esto o aquello.
Controlamos
los tiempos de café, los whasap, las llamadas y las redes sociales también.
Controlamos
las ausencias y la presencia también.
Controlamos
los silencios, los nuestros y los ajenos.
Controlamos
las palabras, los gestos y hasta los suspiros para que no se ofendan, no nos
dejen de querer, no nos abandonen o nos etiqueten.
Controlamos
nuestras emociones, nuestras miradas y la forma de respirar de nuestro cuerpo
para no sentirnos vulnerables, accesibles o simplemente dejar de ser
profesionales.
Controlamos
los verbos y los adverbios, y las preposiciones y conjunciones también, las
controlamos porque sí. Sin saber por qué, sin querer.
Controlamos
los besos, las caricias y los abrazos viajeros, esos que nos transportan donde
habitan nuestros miedos, esos que abren la puerta a los deseos, esos que nos
dicen abandónate, esos que nos gritan “tienes derecho”.
Controlamos
el placer y los orgasmos también, para no abandonarnos, para no sentir.
Controlamos
los me gustas, los “te necesito”, los te quiero… Los controlamos sin saber por
qué y sabiéndolo también.
Y no
dejamos de ponerle control a todo lo que nos hace salirnos de la norma, sentirnos
culpables, juzgados, criticados, vulnerables, infieles… Y nos olvidamos de
quien somos, lo que queremos, lo que nos gusta y necesitamos. Nos olvidamos de
vivir un presente para evitar un futuro, que solo es eso, futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario