Pasamos
la vida empaquetando y metiendo en cajas y tirando aquello que ya no queremos,
no nos sirve o ha dejado de interesarnos. Lo empaquetamos y archivamos para renovar,
para dejar espacio, para poder volver a amar, sin más.
Empaquetamos
las emociones, los afectos, los deseos y
los quereres que se fueron enfriando o que demasiado calientes no encontramos
donde colocarlos. Los empaquetamos para tenerlos controlados, para que no nos duelan, para que nos dejen
espacio. Los empaquetamos para que dejen de ser presente, se queden en el
pasado y nos permitan vivir el futuro.
Metemos
en cajas decoradas o perfumadas, o cajas sin más recortes de vida. Cajas que guardamos
en armarios y que nos sorprenden en mudanzas y limpiezas, que nos sorprenden y
nos comen todas las palabras y nos dejan con el silencio, sin más. Un silencio
lleno de palabras mudas, de imágenes con vida.
Tiramos
a los contenedores los corazones tóxicos, las palabras vacías y los silencios
sin más.
Pasamos
la vida queriendo escribir páginas en blanco. Aprendiendo a dibujar posibles. Construyendo
y deconstruyendo sueños. Vinculándonos y desvinculándonos. Pasamos la vida
buscando pedazos de felicidad en otro cuerpo, en corazones demasiado mordidos.
Y cada
día tenemos una nueva oportunidad de subir el volumen a lo que queremos,
deseamos o necesitamos para sentirnos bien, y cada día tenemos una nueva
oportunidad para silenciar lo que no nos sirve, lo que nos incapacita o nos resta
felicidad.
Nunca
empaquetes tu corazón. Deja que lo amen, lo chupen y lo laman, Deja que lo
llenen de palabras y lo acaricien con silencios. El corazón se alimenta de
amor, sin más.
Fdo.: Raquel Díaz Illescas
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