“Sanamos de un estado de sufrimiento si lo
experimentamos en su totalidad” (Marcel Proust).
Como una tela de araña se instala la tristeza en nuestro
cerebro y nos abraza y nos acoge con promesas de silencio, lagrimas y dulces sueños...
La tristeza dispone de un lenguaje propio. Nos habla el
rostro, el caminar, nuestros silencios, nuestras ausencias, nuestra mirada,
nuestro pensamiento...
La tristeza no precisa de
palabras para comunicarse, hace uso del silencio y de las lágrimas que actúan
como mecanismo de defensa y desahogo, ayudándonos a liberar la tensión que esta genera en nuestra
psique.
La tristeza es una de las emociones más básicas del ser
humano. Es esa sensación que nos embarga por diferentes motivos, que consume
nuestras energías, que resta brillo a nuestra mirada, que enlentece nuestras
palabras, nuestros pasos, nuestras acciones, que provoca nuestro sueño, que
silencia nuestro verbo, que bloquea nuestros deseos, que manipula nuestro
pensamiento, que amordaza nuestra sexualidad, y humedece nuestros ojos en busca
de unos brazos que le digan: tranquila, no estás sola. Yo te quiero.
Seguramente, el cerebro se encuentra más preparado para
enfrentarse a esta emoción que a cualquier otra. Cuando vemos a alguien triste
nos resulta fácil empatizar con ella.
Reconocemos de inmediato esta emoción y
tendemos a ofrecer nuestro apoyo.
La tristeza nos arrastra y vapulea en busca de razones
que motiven ese estado en el que nos encontramos.
Y ¿Qué nos causa tristeza?
-La pérdida, en cualquier área de nuestra vida (laboral, de
objetos, de personas, de salud, de amistad, de amor..; objetivos valiosos e
importantes para nosotros...).
- La vivencia de una situación hostil.
¿Son las situaciones o hechos que vivimos los que nos
producen tristeza?
No siempre. Es la
percepción de lo vivido lo que produce esta emoción. Son los pensamientos que
construimos a partir de lo ocurrido lo que produce en nosotros ese sentimiento.
Es por eso que una misma situación o hecho es vivido de manera diferente por
otras personas.
Así mismo hay algunos
moduladores que influyen en cómo vivimos esta emoción:
-Los patrones de
personalidad.
-Los esquemas
cognitivos y
-El entorno
sociocultural.
Y es que si no ponemos limites a nuestro pensamiento,
éste es capaz de crear mundos con dragones dispuestos a devorarnos. De nuestros pensamientos germinan nuestras
emociones que nos llevan a actuar
conforme nos sentimos. Por eso es tan importante aprender a manejar nuestro
pensamiento y darle libertad siempre que sea para construir en positivo ¿Estamos dispuestos a dejarnos devorar?
La tristeza ¿puede ser positiva?
La alegría es
productiva, esto lo sabemos. La tristeza también lo es... y a veces no lo sabemos.
La tristeza nos invita a reflexionar. A
parar y pensar.. A valorar. A decidir.
Los pensamientos positivos sabemos que son
más saludables que los negativos, pero también desde la tristeza se puede
pensar positivamente y también bajo un estado de alegría, se puede pensar
negativamente.
Lo saludable
es pensar desde un estado realista e inteligente, comprender que la vida es una
interacción entre estados de luz y de sombra.
Estar triste no es tener una depresión.
Y es que de los días
o momentos de tristeza nacen nuevos aprendizajes de los que debemos salir
fortalecidos tras haber superado un proceso del cual, hemos obtenido
conocimiento para seguir adelante, para curtir un poco más ese caparazón que
nos da el vivir y donde hemos de saber y disponer de recursos humanos,
emocionales y profesionales que nos permitan protegernos para ser capaces de responder ante nuevas recaídas.
Los momentos de
tristeza debemos de vivirlos como transitorios y circunstanciales. Acogerlos
como huéspedes de paso, no como residentes. Hay que saber que se irá, pero que
no siempre lo hace sola, es por esto que debemos estar atentos por si en algún
momento intenta seducirnos para quedarse a nuestro lado...
De manera, que yo me doy permiso para estar triste... de vez en cuando. Y tú ¿Te lo das?
Fdo.:
Raquel Díaz Illescas.
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