Maquillamos, estigmatizamos,
negamos, ocultamos, falseamos, borramos,
y sometemos a bisturí y a cremas milagrosas nuestro rostro, nuestro cuerpo y
nuestras emociones…
La edad, ese dígito que
etiqueta y estigmatiza los deseos, las
actitudes y hace que las pasiones sean imperfectas.
Ese
concepto que escondemos, simulamos o maquillamos para que nos acepten,
quieran o integren.
Ese número que aumenta cada año y
que cada año nos recuerda que nos acompañará de la manera que le dejemos o
permitamos vivir a nuestro lado.
La edad nos hace visibles o nos
convierte en invisibles a los deseos sexuales y a veces a los amorosos.
Tuve 20, 30 y más de 40 y cada
década la viví diferente, pero sobre
todo la sentí diferente.
Aprendí a caminar despacio, y vivir
deprisa; a escuchar y silenciar los
verbos inquietos.
Fui huésped del silencio y me
enamoré de él.
Supe lo que era la compasión y me
compadecí de otros y también lo hice de mí.
Aprendí a amar las palabras y dejar que ellas me acariciasen y se
quedasen a mi lado en libertad.
Tuve años de sábanas calientes y noches vacías.
Me enamoré, quise y en algunas de
ellas amé.
Alguna década de querer volar alto,
de querer vivir en soledad sin soledades.
Tiempos de números pasados, con la inseguridad en los bolsillos y la energía en el corazón.
Décadas en las que el tiempo no era
importante, porque había demasiado tiempo para consumir.
Periodos de príncipes y princesas
que salían de los cuentos y se desteñían.
Años de descubrimientos, de alejar la nada.
Años de grandes proyectos que se
dibujaban en noches oníricas.
Años de búsquedas de una felicidad
que perfilaba cada noche y cada mañana se desvanecía.
Tiempos de amores tóxicos, de
cuerpos sin mente, de corazones fríos y voluntades rotas.
Tiempos de ausencia y soledades de
silencio, tiempos de sueños de cartón
mojado.
Tiempos en los que el tiempo no se movía, y solo se movía mi pensamiento.
Ahora tengo esa edad en la que me
ha dejado de importar si soy el recurso de las lenguas aburridas, envidiosas o
secas.
Ahora me pongo lo que quiero, me
gusta y encima me sienta bien.
Ahora miro y estoy con quien, deseo
o me pone el alma a cien o el corazón sin frenos.
Tengo esa edad en que he dejado
espacio a la serenidad y la paciencia, y camino despacio aunque tenga prisa.
Tengo esa edad en que no todo vale
y pocas cosas importan.
Ahora no siento miedo a mirar a los
ojos, da igual a quien y digo cuando lo creo conveniente lo que quiero y
pienso, sin que el miedo me robe todas las palabras.
A veces tengo miedo, si, pero es un
miedo que ya conozco y no alimento.
Ahora solo quiero que me seduzcan,
no por los años que creen tengo o desearían tuviera, ahora quiero que me miren
a los ojos y sientan que soy lo mejor que les ha pasado en mucho tiempo.
Tengo esa edad, que solo quiero que me quieran sin más, sin
onomásticas que marquen los deseos ni pongan en valor los afectos sexuales o
amorosos.
Ahora no solo soy más inteligente,
ahora me gusto, me quiero y me respeto.
Albert Camus decía que
“la verdadera generosidad hacia el futuro consistía n entregarlo todo al
presente”. Hoy es mi cumpleaños y me he regalado presente.
Fdo.:
Raquel Diaz Illescas