Voy
y vengo.
Desayuno.
Como
y a veces ceno.
Miro
la tele y subo el volumen de mis
silencios.
Escribo
cada noche y a veces también cada día.
Soy
intensa, vehemente y viva aunque a veces me sienta muerta.
Escribo
trozos de palabras en pósit que luego no entiendo, que pierdo y no encuentro.
Digo
buenos días y buenas tardes y buenas noches también, y qué tal? Yo bien.
Y
me canso de decir que todo está bien cuando yo me siento mal.
Me
canso de ser educada cuando lo que me apetece es ser descarada y sacar a pasear
a mi verbo y airear improperios de colores para todos los gustos y cerebros.
Me
agota saludar a mi vecino y escuchar su silencio en mi oído.
Me
cansa sonreír cuando lo que necesito es gritar y también un poco llorar.
Cojo el coche y bajo todas las ventanillas y
no sé dónde voy, quizá a dormir, o a subir a la montaña y respirar o volar.
Hoy
me he puesto el pantalón de cuadros y quizá me tendría que haber puesto el de
rayas o una falda tan corta que se me vieran las bragas.
Hoy
no me he pintado los labios, ni mi sonrisa de rojo.
Los
tacones de mis zapatos se han escondido, como se esconde tu voz en mi almohada.
Hoy
estoy harta de mí, y de ti y de mi vecino más.
Aparco
el coche, cierro los ojos y respiro.
Luce
el sol.
Subo
los escalones de dos en dos.
Veo
a mi vecino, le miro y dejo que su oído escuche mi silencio.
Me
pongo un pantalón de cuero blanco y la cazadora a juego.
Subo
la cremallera de mis botas.
Me
pinto los labios de rojo intenso.
Cojo
el casco.
Arranco
la Yamaha, sonrío y vuelo. .
A veces me pongo el “pantalón a cuadros”, pero me
sientan mejor las faldas…
Fdo.: Raquel Díaz Illescas