Renunciar es también querer vivir, vivir de otra manera, aunque a veces el resultado sea malvivir...
La vida, ese concepto abstracto al que nos adherimos buscando la felicidad, esa que se resiste a quedarse, que nos hace guiños, que se esconde y nos sorprende, está repleta de momentos que desearíamos vivir, de otros a los que vamos renunciando por trabajo, por convicciones, por los hijos, por los amigos.; por prejuicios, por modelos sociales, y muchas veces por amor.
La vida, ese concepto abstracto al que nos adherimos buscando la felicidad, esa que se resiste a quedarse, que nos hace guiños, que se esconde y nos sorprende, está repleta de momentos que desearíamos vivir, de otros a los que vamos renunciando por trabajo, por convicciones, por los hijos, por los amigos.; por prejuicios, por modelos sociales, y muchas veces por amor.
En la renuncia nos servimos de la intuición, a veces es un mero instrumento de elección, otras es una alarma, y otras una simple convidada de piedra. En ocasiones el ser humano se olvida, y deja a un lado perspicacias y raciocinios, para deslizarse en zonas pantanosas.
Renunciar pocas veces es una actitud placentera para el individuo. Muchas personas procedentes de otros lugares, renuncian cada mañana a un amanecer más cálido; a la tierra por la que caminan sus hijos, renuncian a lo que más aman buscando una esperanza de vida.
A veces la renuncia, dignifica y fortalece a quien la ejerce: cada día más mujeres vejadas, humilladas y apaleadas deciden intentar dibujar otro mundo para ellas y para sus hijos.
El pasado, el presente y el futuro de las personas lo integran muchos deseos, y sueños por hacer realidad, pero también muchas renuncias que nos acompañan a lo largo de la vida.
El ser humano renuncia a lo que ama, unas veces por amor y otras tantas por cobardía.
Fdo.: Raquel Díaz Illescas.
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