Somos
seres para el contacto y la vinculación y pasamos gran parte de nuestra vida
intentando vincularnos afectiva y sexualmente con otras personas, aunque a
veces el camino que utilizamos para hacerlo no sea el más adecuado y el que nos
lleve a conseguir nuestro objetivo, aquel que acabamos transformando en deseo.
La
intimidad afectiva, la sexual, el lenguaje que atrapa las caricias y los besos
regalados, los abrazos cálidos, los añorados, los necesitados… todos,
absolutamente todos, forman parte del
gran mundo de los afectos que cada
día despierta hambriento en busca de
unos labios a los que besar, a los que
dibujar al otro lado de un auricular...
Los
afectos se necesitan, se esperan, se desean, se sueñan, se imaginan,
Se
aprende a ser afectivo ¿como se aprende el griego? Pero ¿cuánto tiempo necesita
un ser humano para aprender a amar , a acariciar, a coger una mano que espera,
a abrazar un cuerpo que vibra, a besar con sus labios la boca que silencia los
“te quieros”?
¿Necesitamos de los afectos para amar, para que nos amen?
Si,
absolutamente si. Necesitamos sentirnos
queridos, valorados, apreciados, estimados, deseados y cuidados... y también
necesitamos alguien a quien querer.
Los
afectos se gestan en la infancia y van creciendo en la adolescencia para ya en
la edad adulta podamos ser capaces de amar y ser amados sin miedos ni
inseguridades que dificulten que disfrutemos del contacto y la vinculación con
otras personas.
Hay
seres que desconocen los afectos y caminan bajo el manto del iglú. Hay quienes
un día descubren por qué están solos y simplemente se lamentan. Hay quienes
desearían ser afectivos pero sienten miedo de serlo. Hay para quienes el miedo
a la perdida les hace acercar su mano a quien espera. Hay quien nunca conocerá
el gran atlas de los afectos porque ello significaría dejar “la zona de
confort” para relacionarse desde el
adulto. Hay quien desearía saber decir “te quiero” y sentir…pero no sabe cómo
hacerlo, aunque si dónde encontrarlo.
Las personas
necesitamos códigos de intimidad para relacionarnos de forma saludable,
afectiva y sexual. Códigos que nos
permitan sentirnos seres importantes y especiales para otras personas.
Necesitamos códigos sin fronteras que permitan al verbo caminar seguro sin
miedo al tropiezo. Necesitamos de los espacios que da la intimidad para acoger
a los susurros de media noche o a las lágrimas que escapan en una mañana….
No quiero otros códigos que los de la
intimidad contigo, los códigos que me acarician, los que me hacen sentirte
cerca…
Quiero
aprender códigos que me enseñen
a decirte “te quiero”, aquellos que me permitan escucharte decir “te
necesito cerca, a mi lado…”
No quiero otra forma a tu lado que no sea la
de la pasión y los tiempos calmados y serenos.
Te echo de menos, y no quiero… Tengo miedo de matar lo que
siento.
Y es que amor mío, tú ese amor carente de afectos,
Tú ese amor que no es amor porque nunca mis
labios te pronunciaron, sin embargo eres amor, sin tu saberlo, sin tú si quiera
quererlo lo fuiste por un tiempo, un tiempo infinito que duró unas horas bajo el pentagrama de
meses de primavera y verano.
Tú quien yo sentí especial en noches sin
sueño, cuando las horas eran minutos y el día eterno.
Tú que has jugado al escondite con los te
echo de menos, te necesito, con los te quiero…los has ahogado antes de que
fueran capaces de mirarme.
Tú de quien no sé nada y de quien sé todo,
todo lo que tú quieres que sepa.
Y en una madrugada se instala mi memoria, esa que no me deja, están
tus manos sobre mi piel y tus besos y tus preguntas sin respuesta. Una noche en
la que decidiste saber quién era y dejaste los miedos a los que más tarde te
abrazaste.
Yo quien me hice cómplice de tus códigos,
quien sentí adivinar tu pensamiento. Yo quien pone orden a tus emociones y no
soy capaz de ordenar las mías.
Te he echado de menos y quiero dejar de
hacerlo.
Hoy con la mirada serena, sabia y algo
cansada me permito como ya lo hiciera mirándote a los ojos decirte ¡“en tu puta
vida”!
Y es que quien no conoce de afectos conoce el
lenguaje de los adentros. Quizá algún día cuando seas capaz de mirar de frente
a tus miedos, quizá seas capaz de transmitir con tus manos, con tus labios, lo
que a mi un día me hiciste sentir con tu verbo.
Y aún sin ser yo quien esté ese día, las palabras que hoy te escribo te
sirvan.
No me eches de menos, échame de mas y
“permíteme vivir”, vivir como yo deseo,
como yo quiero, como yo necesito en este punto de mi vida.
Si te preguntas si te he querido, te diré si,
sin vergüenzas, ni orgullos, ni miedos. En ausencias de vivencias, es cierto, ¿pero
a caso es el tiempo quien marca “los te quiero”?
Ahora si, mi niño, mi cielo ha llegado el
momento de poner el punto y final a una historia que pudo ser y no fue.
Con mis frases ordenadas, y mi corazón
revuelto esta noche te digo: quiéreme un poco, aunque sea en silencio.
Fdo.:
Raquel Díaz Illescas.
Fdo.:
Raquel Díaz Illescas.
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