Aprendemos a silenciar, a no expresar, a
contener las emociones, a reprimirlas, a negarnos el placer, a dejar pasar
oportunidades, a avergonzarnos, a ser etiquetados, a sentirnos ridículos por
hacer o decir esto o aquello, a ser juzgados por lo que somos, por lo que
sentimos y cómo lo sentimos.
Y aprendemos rápido y nos cuesta de-construir
lo aprendido, aunque alguien nos provoque y nos invite a hacerlo sin ser
juzgados.
Las emociones son maravillosas para sentirlas
y aún más se engrandecen cuando tenemos la valentía de expresarlas.
¿Qué te hubiese gustado decir? Si todavía las
tienes amordazadas, da permiso al menos a tus dedos para que puedan dar a “Me
gusta”. Esto sería un buen comienzo.
El post aludido:
Fdo.:
Raquel Díaz Illescas.
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