jueves, 29 de junio de 2017

Tengo esa edad



Maquillamos, estigmatizamos, negamos, ocultamos,  falseamos, borramos, y sometemos a bisturí y a cremas milagrosas nuestro rostro, nuestro cuerpo y nuestras emociones…

La edad, ese dígito que etiqueta  y estigmatiza los deseos, las actitudes y hace que las pasiones sean imperfectas. 

Ese  concepto que escondemos, simulamos o maquillamos para que nos acepten, quieran o integren. 

Ese número que aumenta cada año y que cada año nos recuerda que nos acompañará de la manera que le dejemos o permitamos vivir a nuestro lado.

La edad nos hace visibles o nos convierte en invisibles a los deseos sexuales y a veces a los amorosos. 

Tuve 20, 30 y más de 40 y cada década la viví  diferente, pero sobre todo la sentí diferente.

Aprendí a caminar despacio, y vivir deprisa;  a escuchar y silenciar los verbos inquietos.

Fui huésped del silencio y me enamoré de él. 

Supe lo que era la compasión y me compadecí de otros y también lo hice de mí. 

Aprendí a amar las palabras  y dejar que ellas me acariciasen y se quedasen a mi lado en libertad.
Tuve años de sábanas calientes  y noches vacías. 

Me enamoré, quise y en algunas de ellas amé. 

Alguna década de querer volar alto, de querer vivir en soledad sin soledades.

Tiempos de números pasados,  con la inseguridad en los bolsillos  y la energía en el corazón. 

Décadas en las que el tiempo no era importante, porque había demasiado tiempo para consumir. 

Periodos de príncipes y princesas que salían de los cuentos y se desteñían.  

Años de descubrimientos,  de alejar la nada.  

Años de grandes proyectos que se dibujaban en noches oníricas.
Años de búsquedas de una felicidad que perfilaba cada noche y cada mañana se desvanecía. 
Tiempos de amores tóxicos, de cuerpos sin mente, de corazones fríos y voluntades rotas.
Tiempos de ausencia y soledades de silencio, tiempos de  sueños de cartón mojado.
Tiempos  en los que el tiempo no se movía,  y solo se movía mi pensamiento.

Ahora tengo esa edad en la que me ha dejado de importar si soy el recurso de las lenguas aburridas, envidiosas o secas. 

Ahora me pongo lo que quiero, me gusta y encima me sienta bien. 

Ahora miro y estoy con quien, deseo o me pone el alma a cien o el corazón sin frenos.

Tengo esa edad en que he dejado espacio a la serenidad y la paciencia, y camino despacio aunque tenga prisa.

Tengo esa edad en que no todo vale y pocas cosas importan.   

Ahora no siento miedo a mirar a los ojos, da igual a quien y digo cuando lo creo conveniente lo que quiero y pienso, sin que el miedo me robe todas las palabras. 

A veces tengo miedo, si, pero es un miedo que ya conozco y no alimento. 

Ahora solo quiero que me seduzcan, no por los años que creen tengo o desearían tuviera, ahora quiero que me miren a los ojos y sientan que soy lo mejor que les ha pasado en mucho tiempo. 

Tengo esa edad,  que solo quiero que me quieran sin más, sin onomásticas que marquen los deseos ni pongan en valor los afectos sexuales o amorosos. 

Ahora no solo soy más inteligente, ahora me gusto, me quiero y me respeto. 


Albert Camus  decía que  “la verdadera generosidad hacia el futuro consistía n entregarlo todo al presente”. Hoy es mi cumpleaños y me he regalado presente.


Fdo.: Raquel Diaz Illescas

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