miércoles, 1 de julio de 2009

El lodo de las pasiones

...agitación, euforia, pasión, incertidumbre, malestar, insomnio, descontrol, irracionalidad, necesidad, insatisfacción, plenitud, celos, vulnerabilidad, posesión, locura...Si de algo adolece el amor es de racionalidad. En el se conjugan todos los estados anímicos en que el ser humano puede encontrarse y sentir.

Enamorarse es un estado placentero, pero lo es también de confusión, de desequilibrio, de desorden para nuestro organismo, pero sobre todo para nuestras emociones. El amor acaba invadiendo cada una de las parcelas de nuestra vida sin coto que se lo impida. Entra sin permiso y se instala alterando nuestros ritmos, nuestro sueño, la voluntad. Es el sentimiento de pérdida de control el que lleva al enamorado/a a sentirse preso de los caprichos y de los vaivenes de las actitudes y comportamientos de la persona amada.

El amor no conoce de personalidades fuertes o débiles. En cualquier momento de la vida te bambolea y te arrastra como si reptil fueras. Se ubica en tu pensamiento y desde allí se desliza para recordarte cuán vulnerable puedes llegar a ser. El ser correspondido, ignorado, o manipulado, no anula el sentimiento y el deseo de posesión, de entrar en el otro, de dejar de ser el/la invadido/a y empezar a ser el amado, el perseguido.

Sentirnos queridos, amados, admirados, deseados, e incluso sabernos pensados son sentimientos a los que difícilmente quiera renunciar cualquier ser humano, pero son estos mismos, erróneamente administrados, los que pueden hacer del amor un a partida de ajedrez.
La manifestación de sentimientos alivia en un principio a quien lo saca de si, y llena de orgullo y vanidad a quien lo recibe, adjudicándose éste el dueño y señor/a de los tiempos, de los estados anímicos, de las esperas, de las incertidumbres, de los sueños, de las voluntades. El amor si de algo no precisa es de la revelación absoluta e inmediata de los sentimientos.
Siendo el amor un sentimiento que produce en quien lo vive tantas emociones, es curioso como la expresión de las mismas condena su elocuencia.

No son los años, sino la experiencia de haber estado en el lodo de las pasiones quien silencia los sentimientos.

 
Fdo.: Raquel Díaz Illescas.

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