martes, 16 de agosto de 2011

Lo que nos queda por vivir.

Vivir en soledad no es una condición del ser humano sino más bien una circunstancia sobrevenida. Es verdad que a lo largo de la vida la soledad nos hace algún que otro guiño con el que pretende acogernos, pero la realidad es que las personas necesitamos de los afectos y de estar piel con piel para sentirnos queridos, valorados…

Unir nuestra vida con alguien es un deseo que va fluctuando a lo largo de los años, y que va a depender de las experiencias vividas. Compartir un proyecto de vida, un abrazo, una caricia a tiempo o un beso de buenos días, no siempre es valorado por quienes no han sentido el dolor de la pérdida, de la ausencia o de la necesidad de sentirse querido. Sin embargo resulta muy importante para quienes conservan en su mirada las huellas del sufrimiento, saber y sentir que hay alguien a su lado.

Tiempo atrás, un periódico digital hacía una reseña en sus páginas relativa precisamente al hecho de tener alguien en tu vida para quien eres importante. Lo acontecido el 11 de marzo en Japón con el trágico y devastador tsunami “…ha hecho temblar también las relaciones personales de los japoneses, entre los que ha disparado tanto la búsqueda de pareja como los llamados "divorcios del terremoto".

Sigue apuntando la noticia, cómo los apagones frenaron la rutina incesante de 30 millones de ciudadanos/as, en la zona metropolitana de Tokio, lo que permitió que muchas personas se planteasen su vida.

Según algunas agencias matrimoniales de Tokio, la decisión de vivir en soledad parece haber cambiado en el pensamiento de muchas personas, pues las demandas matrimoniales han ido en aumento desde que ocurrió este devastador tsunami.

Las trágicas imágenes de los refugiados en el noreste de Tokio indujeron a muchas personas que habían decidido vivir solas, a imaginarse cómo sería afrontar en soledad una situación así, y pensaron que vivir al lado de otra persona que te quiera y a quien querer contribuiría a la superación de estos hechos.

Vivir experiencias traumáticas lleva al ser humano a sentirse más receptivo y a vincularse de manera emocional y afectiva a otra persona. Así mismo los gustos y preferencias en cuanto al aspecto físico o intelectual se suavizan y se flexibilizan, pues serán las conductas de los individuos las que cobren mayor significado y relevancia a la hora de elegir compañero/a de vida.

También las situaciones de crisis o extremas llevan al ser humano a replantearse lo que ha sido su vida, lo que ha vivido hasta el momento y lo que ha dejado en el camino. La pareja toma un especial protagonismo, porque es en los momentos duros cuando las personas necesitamos sentirnos “protegidas” afectiva y emocionalmente, y es en estos momentos donde subyacen los egoísmos o la generosidad de las personas a las que queremos.

A veces las parejas pasan toda su existencia uno al lado del otro, compartiendo techo, cama, alimentos, hijos, hipoteca y alguna que otra caricia furtiva que silencian en calendarios marcados. El tiempo toma la responsabilidad del tedio, del aburrimiento y de las ausencias de pasión.

A veces la vida nos da una oportunidad de poder cambiar, no lo vivido, sino lo que nos queda por vivir.

Fdo.: Raquel Díaz Illescas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Rousseau consideraba al ser humano como un ser asocial. Para él, las personas no estaban destinadas a vivir en sociedad, ya que podían realizarse plenamente viviendo de forma aislada, y es nuestra debilidad lo que nos hace sociables. Creía que un ser verdaderamente dichoso era un ser solitario.
Durkheim consideraba que el hombre/mujer no nace social, sino que se hace mediante la educación.
Más extremistas, Hobbes pensaba que el estado natural del ser humano es estar en guerra y los “otros” son el enemigo al que hay que atacar, y Sartre afirmaba rotundamente que el hombre es antisocial, que la existencia del “otro” interfiere y dificulta la propia proyección individual. Y una postura todavía más radical sería la de Stimer, que consideraba las relaciones con los otros como las de un egoísta con otro egoísta en las que se utilizan los unos a los otros según convenga.
¿Y qué pienso yo?. Pues no soy tan lejano a las afirmaciones de Rousseau. Tampoco soy tan lejano a pensar eso de que es la sociedad la que corrompe al individuo, y que los niños/as son seres puros hasta que la sociedad (nosotros) los volvemos egoístas e interesados.
Si analizamos lo que ha pasado en Japón, tendría razón Stimer. O sea que ¿a causa de un desastre nos damos cuenta que queremos estar con alguien?. Eso me vale para los/las que teniendo ya pareja, a raíz del terremoto y sus consecuencias, hubiesen “abierto los ojos” y hubiesen decidido que la vida es muy corta (y puede serlo todavía más) como para perder el tiempo y perderse esas caricias, besos, abrazos… como para perderse la ternura de tener a alguien que quieres y te quiere cada día junto a ti. Pero entiendo la búsqueda de pareja por medio de una agencia matrimonial como la búsqueda de no estar solo. Y una búsqueda a cualquier precio. No nos interesa realmente tal persona, lo que nos interesa es no estar solos, lo más importante combatir los miedos compartiéndolos con alguien. Y para eso, ¿no nos vale un hermano, una amiga, un compañero de batallas, una madre, un hijo…?
Como siempre tengo mis contradicciones. Si alguien ha tenido la suerte de vivir alguna temporada en una zona deprimida, donde los niños y niñas (entre otras circunstancias por la necesidad de sus padres de estar todo el día trabajando y sin ver a sus hijos) se deshacen por esas caricias, abrazos y besos, donde una muestra de cariño les hace más bien que un plato de arroz, pensaría que esa necesidad de afecto bien vale una búsqueda desesperada.
Aunque bien pensado esta vez no me estoy contradiciendo tanto. En todo caso, estoy mucho más cercano a las palabras de Díaz Illescas: “Unir nuestra vida con alguien es un deseo que va fluctuando a lo largo de los años, y que va a depender de las experiencias vividas. Compartir un proyecto de vida, un abrazo, una caricia a tiempo o un beso de buenos días no siempre es valorado”. Yo tan solo añadiría que es la experiencia más maravillosa de la vida, siempre que sea desde una decisión de deseo mutuo (incluso un pelín egoísta), y nunca desde la base de la evitación de la soledad.
Quiero aclarar que por supuesto no estoy en contra de una unión por intereses como puede ser el de no estar solo. Lo que pasa es que en muchos casos es una unión no compartida por ambas partes.
Vivir en soledad no es malo ni frustrante. Vivir en pareja puede ser formidable y gratificante. En todo caso, como decía Andrés Montes, “la vida puede ser maravillosa” (en soledad voluntaria y/o en compañía voluntaria).
Rafa.

Raquel Díaz Illescas dijo...

Mi querido Rafa, somos seres para el contacto y la vinculación. Necesitamos querer en la misma intensidad de que nos quieran. Gran parte de nuestra vida la pasamos buscando alguien con quien compartir y en esa búsqueda, no siempre tranquila y sosegada vamos disfrutando de otra piel, de otros labios, de miradas….y a veces la soledad se empeña en no abandonarnos y entonces, ¿qué podemos hacer? Decirle que no nos interesa.