La comunicación seduce, erotiza, atrae, genera vínculos, enamora, aleja, acerca, provoca conflictos, despierta curiosidad, aprendizaje, induce a la fantasía y a la imaginación; promueve alianzas, encuentros y desencuentros; nos moviliza por dentro y nos activa por fuera; nos hace pensar, sentir y actuar; es una dulce, potente y flexible herramienta para los procesos de cambio.
La comunicación se llena de
adjetivos, de sustantivos, de adverbios, de proposiciones, conjunciones y verbos que se
ponen a disposición de los interlocutores para ser usados y a veces
silenciados, desde las emociones o desde la razón.
La comunicación es una casa con
habitaciones amuebladas y vacías; con muebles viejos y modernos; con espacios soleados
o sombríos, cálidos o fríos, acogedores o inhóspitos. Habitaciones que se
pintan de colores de la mañana a la noche, y se vuelven grises cuando todo se queda en silencio. Habitaciones
con ventanas cerradas y ventanas
esperando abrirse de par en par.
La comunicación es un amante que
nos abraza y acaricia, que nos besa y erotiza, que nos espera y nos demanda, que
nos mira y juega con nosotros, si queremos, podemos y sabemos…
La comunicación desdibuja
pasados, nos hace vivir presentes y nos permite soñar con futuros. Nos balancea, vapulea, agita y también nos
lleva a la calma.
Tiranizamos las palabras, las
manipulamos, las dosificamos, las controlamos, las pensamos y sentimos.
Con las palabras nos acercamos a
personas, a diferentes personas, incluso a aquellas que sabemos que nuestro
verbo nunca se conjugará en su boca, en su mente o en su cuerpo.
La experiencia de vida y los
aprendizajes adquiridos, nos enseñan a
mimar el léxico, a regalarlo, a cultivarlo, y balancearlo entre las emociones
de quien escucha.
Las palabras salen en busca de
una mirada, de una caricia, una boca en la que sumergirse o un sexo en el que
adentrarse. Se filtran entre la comisura de los labios, atrapan el cuerpo y
rinden a la mente.
Las palabras seducen cuando se
mueven, cuando se mecen, cuando son
inteligentes, sabias, experimentadas y también inocentes.
Las palabras bailan tangos y
bachatas y a veces provocan kizombas.
Cuando nos comunicamos en ausencia
de miedos, prejuicios e inseguridades, y nos atrevemos a mirar a nuestro
interlocutor con todos nuestros sentidos, podríamos sentir que hemos encontrado
“El interlocutor soñado” del que hablaba Carmen Martin Gaite.
Y tú ¿Has encontrado tu “interlocutor
soñado”?
Fdo.:
Raquel Díaz Illescas.
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