jueves, 4 de enero de 2018

Diógenes emocionales



En carpetas y cajas recicladas guardamos  facturas, recibos, apuntes, notas de la universidad e incluso las del colegio; cartas del banco y quizá alguna de amor también.
Las guardamos porque si, sin preguntarnos el para qué. 

Guardamos y acumulamos papeles que posiblemente nunca necesitaremos, pero los guardamos por costumbre, por hábito o qué más da el por qué. 

Acumulamos ropa, zapatos y un sinfín de accesorios y complementos actuales y los que hace temporadas ni miramos, pero los mantenemos ahí  por si algún día quien sabe si nos decidimos a desempolvarlos; otras veces los guardamos en el armario, en el canapé o en cajas simplemente porque nos da pena; una pena irracional  que sin saberlo quizá,  lo identificamos con momentos de otro tiempo.

Lo dejamos ahí ocupando espacio, un espacio que cada vez se hace menos espacio y más saturación. 

Acumulamos un sinfín de “para qués” que no sirven para nada, solo para ocupar un lugar en el aparador, el mueble del salón o las estanterías. Objetos que nos regalaron y ni siquiera recordamos quién, ni dónde, si fue en una boda, comunión o bautizo, o quizá regalo de boda, de tu ex,  o vaya se usted a saber qué. Viven con nosotros y con todos nuestros “Diógenes”. 

Sabemos cuánto guardamos cuando tenemos que empaquetar para llevarlo a otro sitio, otra casa, o decidimos desprendernos sin más. 

Y lo mismo hacemos  con nuestras emociones, nuestras experiencias de vida, nuestros lastres y todos nuestros miedos. Los vamos guardando en espacios emocionales, en rincones, esquinas  y contornos de nuestro pensamiento, de nuestras emociones y los llevamos en nuestra mente y nuestra piel como el que lleva tatuajes.

Guardamos las lágrimas, los rencores, los reproches, los por qués, las soledades, las mentiras, los orgullos,  las ausencias y todos los te echo de menos… Los guardamos demasiado tiempo, los alimentamos y los dejamos crecer y multiplicarse, sin dejar  espacio a nuevas oportunidades  para el corazón y es entonces cuando sentimos que todo pesa demasiado y que moverse sin que nada se remueva es complicado sin que duela.

Atesoramos silencios  que llenan nuestras habitaciones de soledades, soledades vacías, soledades frías. 

Guardamos  números de teléfono sin nombre, sin significado ni recuerdo alguno. Los guardamos por si la memoria viene y mientras los cubrimos con el manto del olvido. 

Coleccionamos sueños que nunca nos permitimos y los guardamos con las postales de viajes que  nunca hicimos. 

Acumulamos preguntas que siempre fueron interrogantes. 

Alimentamos respuestas y las cubrimos de miedos. 

Almacenamos emociones que no sabemos identificar, amores  que se transforman en  dependencias.

Nos llenamos de soledades y dejamos ir a los encuentros. 

Si lo que desearíamos es caminar ligeros  y vaciar y soltar los miedos que incapacitan, los reproches que alejan, y todos  los silencios que aíslan, metámoslo todo  en bolsas o cajas y volquémoslo en el primer contenedor que veamos. 

No crees Diógenes en tu corazón, si no es para sentirte más libre.

Fdo.: Raquel Díaz Illescas

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